Era el día veinticuatro de cuarentena cuando Álex por fin pudo salir a la calle. La pandemia global del altervirus estaba en su máximo apogeo y él tuvo la desgracia de sufrir una fuerte gripe común que le postró en cama varios días, más los posteriores dos o tres en que sus padres se negaron a dejarle ir a bajar la basura o hacer la compra. Eran de los pocos supuestos que autorizaban a los ciudadanos a bajar de casa, pero al menor síntoma con cierta similitud a los efectos del altervirus se podía llegar a generar auténtico pánico en la gente a su alrededor.
Por todo esto, cuando el adolescente al fin pudo respirar aire fresco se sintió pletórico. Irónicamente, para cuando estaba completamente curado, tanto su padre como su madre, con quienes convivía, empezaron a tener fiebre, por lo cual ahora él se había convertido en el afortunado comprador. Salió de casa a media mañana con su patinete eléctrico y marchó a toda velocidad por una carretera completamente vacía, surcando las calles de una ciudad tan llena de coches en hibernación como vacía de transeúntes ajetreados. Confiado, transitó por el centro de la calzada a sabiendas de que ningún automóvil iba a darle prisa ni toparse en su camino, y aceleró al máximo su patinete. Pronto giraría a la derecha tomando la avenida principal de su ciudad y entonces sí tomaría más precauciones, pensó; sin embargo, apenas tuvo tiempo de realizar la curva.
Sucedió el deslumbramiento que lo cambió todo.
Hacía sol, pero desde luego ni era tan intenso ni podía atravesar los altos edificios que circundaban la gran avenida ni los gruesos árboles centenarios que la presidían, separando sus dos sentidos de circulación. A esa hora de la mañana, la luz natural quedaba descartada. Tampoco parecía probable un foco, teniendo en cuenta que deberían haberlo encendido en el mismo momento en que él giraba, y enfocándole directamente a sus ojos. Todas estas deliberaciones se sucedían en la mente frenética de Álex al mismo tiempo que contemplaba su entorno inmediato, nada que ver con la avenida que se conocía como la palma de su mano.
Y es que, tras deslumbrarse por completo, frenando en seco su patinete, al abrir los ojos el paisaje fue muy distinto. Se encontraba en una especie de hangar pobremente iluminado por una línea de tenues luces led que recorrían el contorno entre el techo y las paredes de aquella gran estancia de planta rectangular redondeada. La semicúpula del techo era el detalle que a Álex le hizo recordar a los famosos almacenes de aviones que tan vistos tenía de los videojuegos y las películas de guerra, aunque, según comprobó de un rápido vistazo, allí no había ningún avión. No había, de hecho, absolutamente nada, nada más que vacío.
No. No era nada de ello, estaba seguro; ni el sol, ni focos de miles de lúmens. Se había sentido envuelto por una luz blanca y penetrante que se hizo visible incluso en un entorno iluminado, algo que no había experimentado nunca antes en su vida. Recapituló sobre lo vivido: no sintió calor, sino frío, y de repente perdió el sentido del olfato, y hasta el tacto. Todo se volvió blanco, cerró los ojos con fuerza, le pitaron los oídos, y de repente ya nada existía. Abrió los ojos y se vio allí, con su patinete eléctrico, en aquel hangar de aspecto futurista.
Se encontraba justo en el centro de la estancia. Tras unos segundos, un espectacular armatoste con aspecto de báscula del revés emergió del techo colgado de una cadena. Bajó hasta el suelo justo encima de la cabeza de Álex, que tuvo que saltar a un lado para no ser aplastado. Lo que parecía ser un gigantesco polo magnético atrapó el patinete, lo elevó de nuevo como si fuera un pez en un anzuelo y lo hizo desaparecer a través de un compartimento del techo, el mismo por el que apareció el propio aparato.
Asustado, Álex se intentó esconder en un rincón de la sala, e hizo bien, porque en cuestión de dos minutos, volvió de nuevo a experimentar un deslumbramiento intenso. Se tapó la cara con los brazos, asustado, y tardó de nuevo unos segundos en recuperar la visión. Cuando lo hizo, ante sus ojos había un coche como salido de la nada. Dentro de él, una confusa mujer miraba con ojos como platos a todos lados, sin advertir que el gran imán descendía sobre su cabeza, atrapaba el coche por su potente campo magnético, y lo hacía desaparecer, con su conductora dentro, por el mismo sitio por el que se había llevado el patinete.
Álex, demasiado asombrado para reaccionar, permaneció mirando embobado a lo alto, como esperándose que en cualquier momento descendiera de nuevo el extraño armatoste. Tanto era su ensimismamiento, que no advirtió que alguien se le acercaba por la espalda, hasta que notó una dolorosa descarga en la nuca y todos sus músculos se aflojaron. El adolescente cayó al suelo, semiinconsciente, y fue arrastrado por dos figuras de piel azul y anchas cabezas. Por unos pocos minutos que se antojaron interminables, toda su consciencia alternó entre delirios de terror y una nebulosa percepción de la realidad, en la cual sólo aparecían las luces del techo de pasillos, pasillos y más pasillos, que iban pasándose por su campo de visión en sucesión interminable. De cuando en cuando, una leve sensación de dolor al ser arrastrado; a veces, incluso voces. Le costaba distinguir entre lo que era real y lo que era fruto de su imaginación, pero por momentos hubiera jurado que esos alienígenas hablaban su idioma.
En un momento dado, lo entraron a una pequeña estancia y lo depositaron en una especie de camilla de hospital. Le pusieron sujeciones alrededor de la cabeza, el tronco, los brazos y las piernas; algo absurdo, pensó el propio Álex, teniendo en cuenta que desde la intensa descarga recibida, no tenía fuerzas para mover ninguna parte de su cuerpo. Su audición, en cambio, comenzaba a volverse más aguda a medida que pasaban los minutos, y llegó a percibir una conversación que se sucedió a gritos, en lo que parecía ser una habitación anexa, aunque sin ser capaz de distinguir las palabras. Se hizo el silencio por varios minutos más, mientras la embotada mente del joven intentaba sacar algún sentido a todo aquello que no pasara por catastrofistas fantasías alienígenas sacadas de lo más hondo de sus pesadillas.
Cuando por fin se abrió la puerta, se le tensaron todos los músculos del cuerpo. Comenzó a respirar con agitación. Intentó mirar hacia la fuente del sonido pero la sujeción le impidió mover la cabeza. En unos segundos, vio como los dos seres que le arrastraron allí antes se inclinaban ahora hacia él, cada uno de un lado de la camilla. El terror inicial de Álex se atenuó levemente cuando pudo ver mejor esas cabezas grandes y redondeadas y distinguió que se trataba de cascos de protección, al estilo de los de astronautas. Debajo de ellos había humanos corrientes. Sin embargo, el alivio pronto se volvió a tornar en pánico al descifrar la triunfal expresión de sus rostros.
—Hola, muchacho. No sabes quienes somos, pero nosotros sí que sabemos quién eres tú —empezó a hablar uno de ellos.
—Vamos a informarte brevemente de la situación —dijo el otro.
Álex permaneció en silencio, sintiéndose incapaz de pronunciar palabra.
—La buena noticia es que has resultado ser el primer sujeto que sobrevive al altervirus después de contagiarse sin requerir ningún tipo de hospitalización, y además con resultados asombrosos. Llevamos semanas abduciendo de forma aleatoria a los ciudadanos para estudiar los efectos del virus y los resultados han sido desalentadores. En cambio, tú… ¿cómo decirlo?
—Los resultados nos indican un patrón extraordinario en tu genoma. El virus no sólo se ha replicado en ti sin afectarte negativamente, si no que prácticamente puede decirse que se ha adaptado a tu cuerpo —dijo el otro—. Sé que es complicado de entender, pero te lo pondré fácil: eres un caso nunca antes visto. A la vez inmune y portador, podría decirse.
—¿Co… cómo sabéis eso? —Se atrevió a preguntar Álex— ¿Quiénes sois? ¿Cómo he llegado aquí?
—Somos un Departamento de la Unidad Militar de Emergencias —respondió el mismo que le habló antes—. Utilizamos una tecnología secreta para sacar a la gente de la calle con discreción y pasarles pruebas aleatorias, para estudiar la evolución del virus. ¿Después de deslumbrarte, no te sentiste muy raro? Eso es porque tu cuerpo viajó con esa luz, hasta donde estamos nosotros.
—No entiendo…
—Sigamos —dijo el segundo guardia, en un tono ofuscado—. La mala noticia es que todos los que han podido entrar en contacto contigo o con tus secreciones, en la última semana, morirán sin remedio, incluidos tus padres. La carga viral en tu cuerpo es inmensa.
—Y… bueno, esta te la puedes tomar como quieras, buena o mala, pero es inevitable. Vas a permanecer aquí, y vamos a experimentar con tu cuerpo hasta conseguir obtener una forma de controlar y combatir este virus. Lo sentimos.
—¿Qué? Un momento… ¡oye! ¿Qué van a hacer conmigo? ¡No os vayáis!
El último guardia que le había hablado, atacado quizás por un resquicio de remordimiento, se detuvo en el umbral antes de salir y miró de nuevo al joven para decirle unas últimas palabras.
—¡No os vayáis! ¿Qué me vais a hacer? —reiteró Álex, llorando, intentando desatar sus sujeciones con todas sus fuerzas.
—Lo siento de verdad, chico. Pero debes saber que los resultados de tu escaneo son únicos, de entre las miles de personas que han pasado por aquí. No puedo garantizar tu seguridad ni tu bienestar, pero hemos de hacer lo que sea necesario ya que puede que tu cuerpo tenga la clave de la cura de esta pandemia.
Los dos enigmáticos personajes no quisieron explayarse más. Se marcharon por donde habían venido, dejando al muchacho rendido, con los ojos fijos en el techo, intentando procesar lo que acababa de pasarle.
Entonces, lo sintió de nuevo: era el deslumbramiento.