Negación

Me siento a la mesa tras quitarme toda la ropa, ¡menudo puto calor, estoy ardiendo! Debe ser que me estoy curando y expulsando el grafeno y todas las toxinas. Para ponerlo peor, esas odiosas sirenas de la policía calle abajo me obligan a levantarme y cerrar las ventanas. No hay manera, hasta tengo que ponerme la radio para dejar de oírlas. Suena esa canción de música clásica tan rimbombante que sale en Apocalypse Now. Me vale. Subo el volumen y dejo la pistola descargada sobre la mesa, solo por si acaso. No quiero que mi gatito Franco tenga un accidente con ella.

Miro las rayitas del wifi en mi móvil, son ahora tres de cuatro, todo normal. Estoy muy nervioso. Probar estas tostadas con tomate es la última evidencia que necesito para saber que me he desintoxicado. No las huelo, pero seguro que sí que las saborearé, no como las comidas de ayer.

Si a mamá no le afectó la vacuna es porque es vieja, Bill Gates no necesita viejos. Es todo su culpa, si no hubiera venido a acompañarme, yo no me la hubiera puesto. Tenía que haber sospechado cuando me dijeron que me tocaba la Moderna. A todo el mundo le ponen la Pzifer, también a mi madre. Quiero creer que es una incauta, que no sabe que el coronavirus no es más que un invento, una excusa… le ponen la Pzifer a los que no les sirven y usarán la Moderna para gente como yo, quieren manipularnos porque somos especiales, pero conmigo no lo conseguirán.

Justo cuando me meto la tostada en la boca, veo cómo se rompe la puerta de mi casa y un montón de policías con mascarilla entran apuntándome con sus pistolas. No sé por qué me da por coger la mía también. Mal hecho. Me disparan y caigo al suelo.

Dicen que cuando estás a punto de morir toda tu vida pasa a través de tus ojos, pero debe ser que yo todavía no voy a palmarla, ya que yo solo rememoré esa misma mañana.

Me levanté de la cama encontrándome tan mal como ayer. Al intentar entrar en internet vi que el wifi se había caído, eso me hizo sospechar. Tomé un poco de café y no me supo a nada, ¡otra vez! Cuando el wifi volvió, estuve fijándome en las rayitas, y algo no me cuadraba, ya que subían y bajaban por minutos. Me empezó a doler la cabeza y ahí ya supe que me estaban intentando captar… ¡y pensar que yo, como un imbécil, fui aposta a ponerme la supuesta vacuna!

Me sentí indignado, estafado, ¡y estaba en peligro! Puede que todavía pudiera pararlo antes de convertirme en un esclavo de esos cabrones, antes de que me controlaran los pensamientos. Rebusqué entre mis armas de airsoft para llevarme mi réplica de pistola más realista, me la escondí bien y salí de casa en busca del punto de vacunación, en la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

Nada más entrar ya vinieron los problemas. Me acusaron de querer colarme cuando pasé por el lado de la fila kilométrica, pero yo seguí como si nada. El tipo de control de accesos se me puso delante y me dijo que tenía que ponerme la mascarilla, pero le envié a la mierda y le apunté con mi pistola. No tenía previsto sacarla tan pronto, pero el efecto fue mucho mejor de lo que esperaba… ¡todo el mundo salió corriendo! Las dos filas paralelas se rompieron y todos empezaron a gritar como pollos sin cabeza. ¡Qué estúpida puede ser la gente! Nadie sabía dónde ir y empezaron a empujarse unos a otros, algunos hasta casi me tiran a mí al suelo. Disparé al aire, y ahí agradecí que mi réplica tuviera también sonido, pues dio mucho el pego. Aproveché que me abrieron paso para irme corriendo hasta la zona de vacunación.

Tuve suerte, encontré a la tipa que me vacunó, escondida detrás de un biombo. La amenacé con matarla si no me sacaba esa vacuna falsa por donde me la había metido. Me dijo que era imposible, pero a la muy zorra le vino la inspiración cuando le pegué la pistola a la cabeza, y me llevó hasta una ambulancia que había cerca.

Me preguntó si había notado algo inusual, queriendo convencerme de que podían ser reacciones normales de la vacuna, y me ofreció unas pastillas que a saber qué tenían. ¡Me había tomado por un necio! Tuve que sentarme yo mismo en la camilla, arremangarme y decirle que o me sacaba ya esa mierda o le volaba la tapa de los sesos. Algo de efecto hizo, pues cogió una jeringuilla vacía y empezó a sacarme sangre del brazo inmediatamente.

El efecto fue tan rápido que aún no me había sacado la jeringuilla y yo ya empecé a notar el calor por todo mi cuerpo, ¡estaba combatiendo las toxinas! La enfermera me preguntó si me encontraba bien, ¡como si a ella le importara! También me indagó sobre un montón de tonterías, y cuando me dijo algo de notar los olores, estallé. «¿Si ya lo sabes, para qué preguntas, zorra?», fue mi contestación, y le callé la boca.

No sé qué mierdas hizo con la sangre contaminada de mi primera jeringuilla, echándola en un aparatito, pero no le di importancia. Mientras me sacaba la segunda, no dejó de mirar el chisme de los huevos hasta que va y le da por decirme que soy positivo en coronavirus.

Eso me agotó la paciencia. Esperé a que me acabara de sacar el veneno, y descargué mi pistola disparando a su cara de mierda. Ojalá la haya dejado ciega.

Cuando me las apañé para salir de allí, todo era un caos todavía. Pude subir a mi casa sin problemas, pero menuda mierda lo que me acaba de pasar.

No sé si me moriré, pero por si acaso, he probado a masticar el trozo de tostada de mi boca. No… no me sabe a nada. Menuda puta mierda.

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