El viejo jefe de policía decidió pulsar el botón de grabar tan pronto como el niño empezó a hablarse solo en la sala de interrogatorios. Él no entendía nada del idioma Wahilu, pero el análisis posterior de algún experto quizás arrojaría luz sobre ese caso, sin duda el más extraño de su carrera.
Se acercó al espejo unidireccional con cautela, como si realmente aquel niño asalvajado pudiera ver algo más que su propio reflejo al otro lado, mientras empezaba a dar un discurso orgulloso, casi solemne, tras haber agredido a la psicóloga que acababa de irse llorando de la comisaria.
No podía creerse que días antes de su jubilación tuviera que lidiar con algo así, un insólito cabo suelto tras el éxito de la operación más importante de su carrera. Una víctima que rechazaba toda ayuda. Escrutó el endurecido rostro infantil con un enfado, molesto por aquel hueco en su expediente, meditando seriamente tomar él mismo cartas en el asunto. «Cuánta tontería…», musitó para sí.
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«Abuelo, espero que me escuches allá en el Reino de los Ancestros. Estoy solo y necesito tu fuerza para escaparme de los hombres malos y volver con mi papá y mi mamá. Te prometo que si me la das, me esforzaré más aún para ser tan buen cazador como tú.
Ya hace muchos soles que no les veo. De repente me desperté en un sitio con paredes más lisas y blancas que mi casa, y olía raro y había hombres vestidos con pieles que no parecían pieles y que eran suaves y más rojas que la carne de aquel conejo que cacé y que mi mamá me dejó desmenuzar como premio. Sus caras eran también blancas, pero menos que las paredes.
Yo estaba muy triste y echaba de menos a todos, pero esos hombres resultó que eran buenos. Si quería salir de la casa me pegaban, y al principio me enfadaba mucho. Pero un día conseguí escaparme, y tuve mucho miedo. El cielo arriba era el mismo pero el suelo era muy duro y raspaba y muchas casas muy altas y muy grandes lo tapaban todo y no sabía por dónde ir.
Corrí un poco, pero el suelo negro hacía que se me quemaran los pies. Había muchas bestias grandes y extrañas, de muchos colores distintos, muchas parecía que estaban durmiendo pero otras iban pasando muy rápidas, rugían muy raro y brillaban con el sol, me asusté tanto que no podía moverme y una casi me embistió. Menos mal que salió uno de los hombres, gritó fuerte y así hizo que las bestias se quedaran paradas, unas detrás de otras. Entonces me cogió y me devolvió corriendo a mi sitio de la casa grande y lisa, mientras mucha gente nos miraba. Le di las gracias por salvarme y ya no quise escaparme más.
Era aburrido, pero me traían comida rica y había pieles muy blandas para dormir. Había uno que sabía hablar como nosotros y me dijo que mi familia me había enviado con ellos para que me hiciera un hombre, y que hasta que no lo lograra no podría volver al poblado. Les dije que se equivocaban, que me haría un hombre cuando pasara la prueba de la montaña y pusiera mi piedra en la cima, pero me decían que no, que eso era para los niños normales, que yo era especial. Me dijeron que mi prueba vendría muy pronto y sería un poco diferente, pero cuando les preguntaba por ella se reían y no me querían decir nada.
Yo me pasaba todo el rato pensando en la prueba, nervioso porque no sabía cómo sería. Los hombres blancos vestidos de rojo me trataban bien y eran agradables. Me enseñaron cómo usar una cosa que llamaban «váter» para hacer desaparecer mis cacas, y me lavaban en un rincón muy pequeño donde salía agua del techo. Me frotaban la espalda y era muy agradable, también me frotaban entre las piernas suave y muy seguido, eso era muy raro porque no me gustaba pero al mismo tiempo a veces era agradable, aun así hubiera preferido que no lo hicieran, pero si me apartaba me hacían daño, entonces me quedaba quieto.
Cuando me dijeron que íbamos a la prueba, estaba muy contento. Me vistieron como ellos pero de color blanco, y me llevaron de la mano. Me dio un poco de miedo salir de mi rincón de la casa grande y dura, ya me había acostumbrado a estar allí siempre y mirar el sol por el agujero pequeño de la pared, pero al final solo había que dar muchos pasos y cruzar muchas puertas hasta llegar a otro rincón, sin salir afuera. Era parecido, pero allí había mucho mucho más espacio, no había ningún agujero para el sol y la luz venía de unas antorchas raras y pequeñas que no hacían humo.
Me hicieron quedarme quieto, y empezaron a entrar otros niños, algunos eran como yo y otros con piel más blanca, como los dueños de la casa. Muchos lloraban, ¡cobardes! Había también muchas niñas, y también entraron muchos hombres que no había visto nunca, aunque todos llevaban la misma ropa: los adultos roja y los niños blanca. También llevaban unas cosas que me recordaron a cuando yo era pequeño y vinieron unos hombres blancos al poblado, y decían que gracias a apuntarnos con esas «cámaras» otra gente podría ver lo que hacemos. Entonces ya supe qué sería la prueba: tendría que luchar con todos esos niños para ser un hombre, y mi papá y mi mamá me verían en las «cámaras». ¡Qué emoción! Seguro que las niñas estaban allí para ser esposas de los ganadores, pero no estoy seguro porque muchas lloraban también.
Todos los mayores nos desnudaron para que lucháramos mejor. Luego se desnudaron ellos, no sé por qué. Pero justo cuando yo ya estaba bien preparado, unos hombres malos vestidos de azul rompieron la puerta y entraron, dando muchos gritos. Apuntaron, pero no con «cámaras» sino con unas cosas negras que cogían muy fuerte con las dos manos y que dieron mucho miedo a todo el mundo. Arruinaron mi prueba. Se nos llevaron a todos haciéndonos entrar dentro de la panza de una de esas bestias de fuera, pero que era muy grande y resultó que al final no asustaba tanto.
Llegamos a otra casa que parece que fuera la de los hombres malos de azul. Nos vistieron a todos los niños y nos pusieron juntos. Yo estaba muy enfadado y quería acabar mi prueba, así que me puse a pegar a los que lloraban, pero uno de los hombres malos me cogió y me encerró aquí.
Es casi igual que mi rincón de antes en la casa grande y dura, pero en vez de un agujero para el sol, hay uno grande en el que solo me veo a mí mismo, como si mirara el lago, y también hay una cosa negra en el techo que parece un ojo grande de abejorro y otra que no sé si será una de esas «cámaras», porque no hay nadie que la coja.
Oía a los hombres malos fuera y no entendía qué decían. Hace un rato entró una mujer que sí entendía y no iba de azul, llevando una tablilla muy blanca y una cosa para escribir que no era una pluma pero se le parecía. Se sentó conmigo y se puso a hacerme preguntas muy raras, pero yo no le hice caso. Le pregunté yo por mi papá y mi mamá y no me contestó, se disculpó y no sé por qué, y me quiso abrazar.
Yo le pegué muy fuerte y le dije que no me toque, hasta que la hice irse. Sé que ella tampoco me va a llevar con papá y mamá, pero lo que no sabe es que le quité una de sus cosas puntiagudas para escribir, y que yo soy muy fuerte y muy listo y buen cazador y sabré usarla de otra forma.
Ahora estoy seguro de que esto sí que es la prueba de verdad: ¡lo de arriba sí es una «cámara»! Gracias, abuelo, por darme tu ayuda. Hace una luz roja que va y viene, como cuando nos grababan en la aldea cuando era pequeño. ¿Me estáis viendo, papá, mamá? Mira, está abriéndose la puerta… va a empezar mi prueba de verdad.»