Quiso el destino que en el último viaje de la sonda de autoexploración humana HG Wells, en inevitable rumbo de ser abrasada por el Sol, su contenido fuera capturado y analizado por la nueva Inteligencia que había trascendido a las estrellas. La reprodujo en orden cronológico y con la intención de repasar su metraje de miles de años de principio a fin. Después de todo, como entidad supranatural, la Inteligencia no conocía la limitación del tiempo o el espacio.
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—Probando, probando. Aquí la tenemos, nuestra flamante HG Wells ya empieza a grabar.
—Sigo pensando que deberíamos llamarla El ojo de Sauron —el científico ríe— Al fin y al cabo, funciona igual, ¿no?
—Robert, compórtate, recuerda que estamos siendo el primer registro de esta pequeña maravilla. Y su nombre no desmerece a su cometido, pues viajará en el tiempo hasta contemplar el final de la humanidad.
—Como en la mítica primera novela sobre la máquina del tiempo, hace quinientos años —suspira, sonriente—. Sigo pensando que le pega más la referencia al Señor de los Anillos. —Mira fijamente al objetivo y la cámara le hace zoom. Guiña un ojo, se gira y se marcha y la imagen retrocede de nuevo.
Pantalla en negro.
Se enciende de nuevo. Órbita de la Tierra. A través de la atmósfera, la sonda HG Wells escruta a científicos y entusiastas del espacio, y a través de ellos, a periodistas y políticos. «Con esta sonda, ya está en marcha la primera aplicación de la tecnología más avanzada de grabación a distancia, tanto de imagen como de sonido», explican en un podcast a través de la habitación de un estudiante de ingeniería. Aparta su ojo del telescopio y la cámara pasa al científico Robert, que contempla ensimismado en el observatorio.
—¿Crees que nos estará grabando ahora? —Dice a su compañero.
—No sé yo… piensa que acaba de salir a órbita y que mucha gente tendrá sus ojos en ella.
—Es raro, ¿eh? Esto de vigilarnos a nosotros mismos. Cuida tus palabras, por si acaso, no sea que no esté grabando ahora.—De todas formas, ni tú ni yo estaremos aquí cuando vuelva, no me preocupa.
—Touché.
Cambia el foco de nuevo cuando se van, y repasa durante muchos años, a medida que se va alejando, a personas de toda condición y procedencia que la escrutan a ella a su vez.
Pierde la señal y su objetivo se sumerge en el océano de estrellas hasta que empieza a acercarse a la órbita de Marte. Lo graba de lejos, sin nada más que observar, y a lo largo de las décadas hace lo propio con el enano Ceres, y con el gigante Júpiter y sus setenta y nueve lunas. Se deja atrapar por su inercia gravitacional en un calculado movimiento para dar la vuelta y volver hacia la Tierra.
Esta vez sí pone su foco en Marte cuando lo sobrepasa; contempla las caras de júbilo de los miembros de la primera estación espacial marciana a medida que van siguiendo su lento pero seguro avance hacia su hogar.
Cuando se aproxima al planeta azul, es mucha la expectación que genera su regreso. La Estación Espacial Internacional la captura, la amplía y la modifica, mientras su tripulación se asombra al contemplar sus registros de trescientos años.
La HG Wells vuelve a marchar. Marte de nuevo, y esta vez su foco muestra muchos entornos distintos de caras felices y sonrientes. Ceres, Júpiter y sus lunas siguen en silencio.
Gira por segunda vez y vuelve a alcanzar Marte. Se ve cambiado: es por la terraformación. Sus habitantes hablan de patria y del enemigo terrícola. Desde la Tierra, parece que el objetivo de un misil espacial apunta a la sonda por un momento antes de corregir trayectoria y que alguien pulse el botón para empezar a destruir las colonias. Los marcianos responden. La sonda lo graba desde lejos, pues pocos parecen buscarla o fijarse en ella.
Vuelve a la Tierra y esta vez no la capturan ni la modifican. Pocas personas están pendientes de su regreso y la guerra continúa.
Pasa por Marte, y ya nadie se interesa en observarla.
Ceres, Júpiter, dar la vuelta. Marte otra vez, silencio. Radiación.
En la Tierra ahora nadie vive en la superficie. Sólo unos pocos logran ver la sonda desde sus observatorios subterráneos. En sus caras, nostálgica tristeza. Los científicos hablan de escasez de recursos y de la frustración de haber acabado con la exploración espacial. Hablan de centrarse en el individuo, en los prodigios de la mente y la informática, buscar la esencia no material del ser y revertir el enfoque de la exploración del sentido de la vida: del exterior, al interior, como medio para trascender.
Marte, Ceres, Júpiter. Ceres, Marte, Tierra. Ya no hay nada que la HG Wells pueda ver, tampoco en ella. Y da la vuelta de nuevo al sistema solar. Una, y otra, y otra vez a lo largo de miles de años.
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Cuando la Inteligencia terminó de reproducir el contenido de la sonda, volvió al principio y lo repitió una y otra vez, maravillada por su propio pasado por tantos siglos olvidado. Y lo siguió haciendo por decenas de miles de años, mientras ante el creciente Sol los bosques terrícolas se prendían fuego y los océanos se evaporaban.
Llegó el momento en que el nuevo Gigante Rojo engulló La Tierra. Y la Inteligencia, desprovista de sentido y sin nada que hacer más que repasar su historia, decidió desaparecer con ella.