(Fragmentos del diario personal del muchacho Juan José Díaz, en custodia de la policía)
24 de enero 23:39
Hoy ha sido de nuevo un día gris. Julio no ha venido a clase, tampoco esta vez. Me preocupa el estado de mi mejor amigo… sé que estaba muy unido a su novia, y que es lógica y razonable su tristeza… pero hace ya tres días que ni siquiera sale de su vivienda. No se conecta a internet, no contesta a mis llamadas, le pide a sus padres que no dejen pasar a nadie a su casa. Más de una vez he pensado que quizás… no, no debo escribir esto aquí. Julio jamás haría eso, no quedándole tanta gente que le quiere en este mundo. Cuando se recupere de su profunda depresión, todos los que le queremos le apoyaremos, y le ayudaremos a de-jar que el tiempo le borre poco a poco el profundo dolor de la muerte de Verónica. Él se lo merece. Puede que suene un poco cursi decir esto, pero al fin y al cabo este es mi diario íntimo y personal: me siento muy triste yo también. Últimamente no tengo ganas de nada. A Verónica no la conocía tanto, pero su pérdida es la primera que me ha tocado de lleno en mi vida, directamente. Una chica tan joven, tan buena… ella y Julio se veían tan felices… ahora, mi mejor amigo es una sombra de lo que fue. Incluso yo, que para nada he conocido el amor, comparto su dolor, y más de una vez me reprimo intensas ganas de llorar por todo esto. La vida no es justa… me cuesta asimilar que periodos de tanta felicidad puedan venir seguidos de épocas de tan angustiosa pena.
25 de enero 23:21
Esta tarde ha sido, finalmente, el entierro de Verónica. Sus tíos de Nueva Zelanda al fin llegaron y tuvo lugar una solemne ceremonia de despedida. Hoy por fin pude ver a Julio tras tanto tiempo, pero no me dirigió la palabra. No le guardo rencor, pues se le veía incapaz de conversar con nadie. Mientras estábamos en la capilla ardiente, esa mirada de profundo desasosiego me dijo todo acerca de él aún sin hablar, y nos fundimos en un fuerte abrazo. El momento en que estalló en un sollozo tímido, reprimido, que me llegó a contagiar, no lo olvidaré nunca. Realmente, es en ese tipo de situaciones donde sale a flote la verdadera amistad, la afiliación y el apoyo entre la gente. Algo que en condiciones normales nos hubiera producido una intensa vergüenza fue visto como la manifestación más sincera y humana de los sentimientos de una persona. Los hombres tenemos mucho que aprender de las mujeres, es lo que pienso en este mismo instante.
A Verónica se le dio sepultura en el cementerio del pueblo entre un inmenso un mar de lágrimas. Realmente, fue un entierro muy triste, algo que parte el alma. Una cosa son las muertes de gente mayor, en parte esperadas, personas que han disfrutado de una larga vida. Pero, ella… maldición, sólo tenía dieciséis años. Desde el momento en que me enteré de su espantosa electrocución accidental en la bañera, caí en un estado de incredulidad que no pude disipar completamente hasta verla allí inmóvil, fría como el hielo, en la capilla ardiente. A veces los jóvenes nos olvidamos de que la muerte, aunque improbable, ronda siempre nuestras cabezas. Algo en mi ha expirado junto con esa joven que, pese a no haber tenido mucho contacto conmigo, sí me resultaba más próxima de lo que ahora hubiera deseado. Siento que la infancia se ha ido de mi para siempre, que la luz de la inocencia nunca brillará ya con tanta fuerza en mi interior.
27 de enero 23:58
Algo de luz al final del túnel, después de este domingo an-gustioso. Hoy, Julio al fin se ha animado a venir a clase. Su recepción fue muy emotiva y hubo todo tipo de gestos de comprensión por parte de todos los alumnos, algo que no me esperaba para nada. Ante su inmensa desgracia, incluso aquellos con los que se llevaba terriblemente mal han sido buenos con él. Pese a todo, eso sí, mi amigo se mostraba triste, muy decaído, sin ánimo alguno de, aunque fuera, parecer feliz.
No habló con nadie más allá de un par de monosílabos, pero en el patio me propuso algo que me dejó atónito, sin saber qué decir. Aún ahora tengo escalofríos al recordarlo… sin duda, Julio está muy afectado, demasiado. Espero sinceramente que se olvide pronto de ese tipo de cavilaciones, pues sabe de sobra que no se debe de jugar con esas cosas… o eso espero. Se enfadó mucho conmigo ante mi negativa, cosa que me causó una gran aflicción… pero no me arrepiento de mi respuesta. Ni siquiera voy a nombrar aquí aquello que me pidió, pues no quiero ni pensar en ello.
(…)
28 de enero 23:06
(…)
Hoy me lo ha vuelto a pedir. Sí, de nuevo: parece que Julio quiere hacerlo de verdad. Tal como dije ayer, le respondí un rotundo no. Sé que es mi mejor amigo, pero me está pidiendo algo verdaderamente… ¿cómo llamarlo? Desagradable, incorrecto… peligroso. Simplemente, no debemos ni siquiera pensar en esas cosas. Julio ha vuelto a reaccionar muy mal a mi respuesta, y no me ha querido hablar en todo el recreo. ¿Qué he hecho yo para merecer esto, triste vida? Al verlo de vuelta en clase ayer, nunca imaginé que mañana mismo me iba a sentir tan desdichado. Siento que estoy perdiendo a mi mejor amigo por esta estupidez… mi impotencia es infinita. Me gustaría poder hacer algo pa-ra arreglar este absurdo asunto, pero de ninguna manera acceder a lo que él me pide. ¿Acaso será eso posible? ¿Acaso no estoy, realmente, fallando a mi mejor amigo justo en el momento en que más me necesita?
29 de enero 23:26
Al final he tenido que hacerlo. Sí, he aceptado. Sé que es una locura, pero yo soy la única persona a la que puede recurrir; voy a ayudar a Julio a contactar con Verónica. Debe haber sido muy duro para él perder a su primera y única amada, aquella con la que pasó casi un año de profundo amor y felicidad. ¿Quién soy yo para oponerme a tan fuerte deseo? ¿Quién soy yo para juzgar el amor, si es esto correcto o incorrecto? Julio es el único amigo de verdad que he tenido nunca y si es ese su deseo, yo voy a apoyarle en lo que haga falta: esa es mi decisión. Sólo espero, espero con toda mi alma, que lo que vayamos a hacer no sea un error… he oído hablar mucho acerca del contacto con espíritus del más allá, y casi nada de lo que he oído tiene la más mínima pinta de ser positivo. Soy de la opinión de que no se debe jugar con estas cosas, sin importar si crees o no. Yo, personalmente, no sabría decir si realmente creo o no en vida espiritual más allá de la muerte. Tampoco tengo el más mínimo interés en profundizar en ello, pues ese asunto me aterra. Pero, hay ocasiones en que un hombre ha de mirar por encima de sí mismo, ocasiones en que ha de demostrar que es capaz de ayudar sin pedir nada a cambio, a aquellos que de verdad merecen su amistad. Voy a asistir a Julio en lo que le haga falta… y que Dios nos ayude.
30 de enero 23:13
Lo hemos hecho. Julio y yo hemos invocado a Verónica con la ouija en su habitación… o al menos algo parecido.
Yo le insistí en hacerlo por el mediodía, nada más volviéramos de clase, pero no me hizo caso. Afirma, convencido, que no es otro que la noche el tiempo para los espíritus. Maldición, ¿pero en qué clase de datos se basa este hombre, más allá de las típicas películas de miedo? Por si no fuera poco haber sufrido tan espantosa experiencia, ahora me veo totalmente incapacitado para conciliar el sueño y muy seguramente las pesadillas invadirán mi dormir intranquilo.
No ha habido nada especial en la… invocación. No, no nos se nos ha manifestado absolutamente nada ni hemos sido presos de ninguna “charla” intimidatoria mediante el tablero, y en parte es justo eso lo que me inquieta. Porque en realidad sí ha habido algo, y estoy seguro de que no se trata de nada bueno. Intentaré explicar el proceso lo mejor que pueda:
Estábamos ya listos, con el tablero que el mismo Julio compró el día anterior y un pequeño vaso puesto sobre él, con nuestros dedos índices reposando encima. Mi nerviosismo era casi insoportable y se podría decir que lo mismo pasaba con mi amigo… estábamos cruzando una puerta al misterio, a la incertidumbre, lo inexplicable. Por un segundo, estuve tentado de retirarme ahí mismo, negarme a seguir con aquella locura y volver a casa… pero Julio nunca me lo perdonaría.
Tras concentrarnos profundamente y en silencio pensando en el objetivo de nuestra llamada al más allá, nos miramos el uno al otro. Éramos bien conscientes de lo que venía a continuación. Cuando reunimos el valor, formulamos al unísono una única pregunta, la cual ya habíamos pensado de antemano: “¿Estás ahí, Verónica?”
Movido por una firme fuerza desconocida, el vaso en el que reposábamos nuestros dedos se deslizó por la madera hasta la respuesta afirmativa y volvió al sitio. Ambos nos quedamos de piedra. Tras unos segundos de tensión, Julio decidió formular una segunda pregunta… y una tercera, cuarta; pero no hubo respuesta alguna. Lo que normalmente nos hubiera relajado, no lo hizo en absoluto. Porque, realmente, podría jurar que en aquel momento, en aquel mismísimo lugar, había “algo” en el ambiente. Algo terrible, que me causaba un profundo desasosiego.
A Julio no se le ocurría nada más que intentar, así que final-mente lo dejamos correr. La pregunta era inevitable: “¿No fuiste tú el que movió el vaso, verdad?”, nos cuestionamos el uno al otro casi a la vez. Nuestro rostro, sumido en tensión y miedo, nos reveló la respuesta sin que hicieran falta palabras.
¿Por qué, oh Dios mío? ¿Por qué sentimos ambos la misma presencia maligna, angustiosa? ¿Por qué notamos una atmósfera negativa tan cargada, tan terrible, si en verdad conseguimos invocar a la dulce difunta novia de mi amigo? Cuando ambos pusimos en común nuestra experiencia, casi nos sentimos tentados a dormir juntos esta noche, poseídos por un miedo carente de toda razón. ¿Sugestión colectiva? Ojalá, querido diario, ojalá. Esa, indudablemente, será mi única esperanza de cara a intentar conciliar el sueño… incluso me siento tentado a trasnochar, pero eso sería evidenciar la estúpida muestra de orgullo varonil que impidió que Julio y yo nos apoyáramos el uno en el otro en esta aciaga noche de angustia, de incertidumbre.
Sólo tengo clara una cosa: nunca más pienso volver a tocar una ouija.
31 de enero 1:25
Esto no me gusta, no me gusta nada. Realmente no sé qué clase de impulso febril me incita a escribir ahora estas líneas en lugar de pedir auxilio, pero debo conservar la calma, la cabeza fría. Debo plasmarlo aquí todo, absolutamente todo, a fin de luego reírme de ello si así ha de ser. Porque, lo que acaba de ocurrirme es algo espantoso, extraño, tanto que no albergo en mi interior plan de acción alguno con tal de afrontar esta nueva adversidad. He de procurar objetivizarlo todo, no dejarme llevar por las confabulaciones como un loco.
Hace como media hora, Julio me ha llamado al móvil. He despertado sobresaltado de mi débil dormitar y he pulsado el botón de recepción de llamada nada más he visto, entre legañas, el nombre de mi mejor amigo. “¿Julio?” Fue todo lo que he podido emitir por respuesta al descolgar el teléfono y no escuchar nada al otro lado. Lo que ha ocurrido a continuación es algo irreal, tan inexplicable que aún me niego a asumirlo como un hecho. He oído, o me ha parecido oír, una voz de mujer terriblemente distorsionada.
No me preguntes, querido diario, qué ha sido exactamente lo que me ha dicho, porque no tengo ni la menor idea. Todo lo que acerté a responder, aletargado y en estado de shock, fue “¿Veró-nica?” –el silencio- “¿Verónica?” –más silencio- “¿¡Verónica!?”… y quienquiera que estuviera al otro lado, colgó. No, no es que esa voz me haya recordado a la de la dulce novia de mi amigo, ni mucho menos. Pero quise creer, quiero creer, que de alguna manera es ella la implicada en tan extraño suceso, quiero creer con todas mis fuerzas que todo esto no se trata de la terrible pesadilla tangible que me temo, sino de simples muestras de benigno contacto con el más allá mancilladas por la percepción paranoica de mi mente inquieta.
Hace escasos cinco minutos he desistido finalmente de intentar contactar con mi amigo. Desde que me colgó después de tan extraña llamada he intentado telefonearle yo buscando explicaciones, pero me ha sido totalmente imposible. Según su compañía telefónica, “este teléfono está apagado o fuera de cobertura”… en fin.
No encuentro razón alguna para alarmar a nadie por los desvaríos y tribulaciones que mi mente hila como una araña dentro de mi cabeza, así que he decidido contenerme. Voy a volver a mi cama a dormir de nuevo. O, al menos, intentarlo.
31 de enero 3:44
Todo debe quedar escrito. Todo debe quedar escrito. Querido diario, eres mi único consuelo.
No debí ayudar a mi amigo… nunca debimos tocar una ouija, nunca. No culpo a Julio, el error es mío en el fondo, pues debí tener en cuenta su debilitado estado de salud mental. Fallé en convencerle, fallé en impedir que firmáramos nuestra sentencia de muerte. No me quiero imaginar cuál habrá sido el destino de mi mejor amigo… me haría perder la calma, el juicio, y he de controlarme, he de escribirlo todo, TODO. Aunque sea lo último que haga.
No hace ni una hora me ha despertado una espantosa pesadilla, demasiado terrible, retorcida y tenebrosa como para describirla aquí y ahora. Sólo puedo decir que la vi, vi a… ella. Era bella, joven, de morenos y lisos cabellos casi hasta la cintura. Pero no era en ningún modo la difunta novia de mi amigo, de ninguna manera. Cuando desperté empapado en sudores fríos, pensé que ya había terminado tan angustiosa experiencia, pero me equivocaba.
Ella… la misma chica que se me ha aparecido en el sueño… he visto su rostro en el espejo del baño al irme a lavar la cara. No lo podía creer, pero en vez de mi reflejo ahí estaba ella, mirándome… vestía un anticuado camisón blanco, empapado en lo que parecía ser… sangre. Lentamente, ante mi gélida estupefacción, me enseñó sonriente unas enormes tijeras ensangrentadas que llevaba en su mano derecha, a través del cristal.
Volví a la habitación preso del pánico… y fue cuando me di cuenta de que Ella va a por mi… observé que su rostro, con una mirada diabólica y siniestra, me observaba fijamente desde los monitores de mi ordenador y televisión… aún estando ambos apagados. Creí enloquecer al percibir su cara en la penumbra, reflejada allí donde nada podía ser reflejado.
Entonces fue cuando salí de mi casa desesperado, llevándome este diario conmigo. Corriendo por las solitarias calles de mi pueblo, he intentado gritar auxilio pero sin conseguir articular una palabra, y más concentrado en huir de allí todo lo rápidamente que he podido… enajenado y sin destino.
El miedo me domina; sólo he podido correr sin rumbo con todas mis fuerzas, en vano. En un momento dado caí al suelo sobre un charco, y al levantarme vi su reflejo en el agua. Pasé frente al escaparate de una tienda, y en el cristal estaba su imagen. La veía, sentía su presencia, oía sus risas maléficas en mi cerebro. ¿Qué podía hacer yo? Nada, ¡Nada!
Cuando volví a ser consciente de mis actos, inmensamente agotado e incapaz de moverme un solo paso más, ya me encontraba en medio de este maldito bosque. Me resulta difícil de creer, pero realmente no guardo un recuerdo exacto del momento en que salí de la ciudad y me adentré aquí, completamente enloquecido. No podría volver aunque quisiera, pues no puedo recordar el camino; mi tobillo izquierdo está dolorosamente torcido, mis fuerzas han llegado al límite, mi esperanza se ha partido en pedazos.
Y aquí, iluminado únicamente por la luz de la luna llena, escribo con esfuerzo las que cada vez estoy más seguro de que van a ser mis últimas palabras. Viene a por mí, estoy seguro de que es ella la que me ha hecho venir a este lugar. Está jugando conmigo, quiere prolongar mi dolor, hacerme sentir indefenso. Estoy seguro de que es ella la que produce esos desgarradores gritos que provienen de todos sitios a mi alrededor. Estoy seguro de que es ella la figura entre sombras que estoy viendo ahora mismo entre los árboles, acercándose poco a poco, muy poco a poco. Me matará. No se cómo, pero siento que va a acabar con mi vida.
Je… ahora caigo. Esta no es la novia de Julio, ni mucho menos. Nos equivocamos de Verónica, estimado amigo. ¡Ironías del destino! La realidad supera la ficción. No era una mera leyenda urbana, querido Julio, es algo más que esa simple historia disparatada de la que tanto nos reíamos tú y yo. Hemos invocado a Verónica, la que llaman “la amante del diablo”. No me preguntes cómo. No me preguntes por qué ella y no la dulce Verónica que ambos conocíamos. Pero al fin y al cabo, lo que cuenta es que hemos jugado con lo sobrenatural, con las fuerzas que están por encima de la ciencia o la razón, y vamos a pagarlo caro… muy caro.