Los tres cerdos

O… «Un día en la vida del Sr Lobo»

Un Akura gris plateado rugía sobre al asfalto, a casi cien kilómetros por hora. Los tétricos suburbios, el vertedero de la gran ciudad, cambiaron rápidamente a un paisaje crudo, salvaje, los raíles de una autovía a rebosar bajo la oscuridad de la noche. Al flamante deportivo le precedía una vieja chatarra roja, incapaz de mantener la distancia con su perseguidor. Su temerario conductor sorteaba los camiones como un kamikaze, atravesaba el camino plagado de gólems de gasóleo y metal como si de simples baches se trataran.

Al conductor del Akura le sonó el teléfono móvil. Contestó rápido, en un fugaz movimiento se colocó el auricular sin quitar los ojos de la carretera.
-Señor Lobo, solucionador de problemas. Dígame.
-¿Ya has matado al cerdo?
-Aún no. Destrocé el tugurio en el que se escondía, pero el bastardo logró huir. Ha salido de las afueras, y ahora parece que va en dirección a la ciudad.
-Sin duda, busca el apoyo de sus hermanos. Mejor, me desharé de tres pájaros de un tiro.
-Permítame que le diga, caballero, que usted me contrató solamente para acabar con un cerdo y requisar o destruir su mercancía.
-Acaba con todos en el tiempo acordado, y te pagaré por triplicado. ¿Crees que podrás hacerlo?
-Esto está hecho. –el hombre consultó su reloj de muñeca- Sí, todo está controlado. Johnny “el pobre” es uno de ellos ¿no?
-Efectivamente. Espero que no le cogiera cariño a ese hijo de perra cuando trabajó para él… ahora soy yo quien le pago.
-¿Qué clase de profesional cree que soy? No me ofenda, caballero.
-Recuerde que deberá darse prisa si quiere cobrar su trabajo. Y que no tenemos ninguna pista de dónde van a esconder el maletín esos cabrones…
-Yo nunca fallo, Marsellus, lo sabe bien. Ahora, si me permite, tengo trabajo que hacer.

El Señor Lobo dejó el teléfono en el asiento del copiloto cuando vio que, delante de él, el viejo Ford de su presa viraba bruscamente hacia la derecha, en dirección a la salida de la autopista. El Akura lo tenía imposible para seguirle sin morder el polvo, pues un enorme camión se interponía entre él y el carril de desaceleración. El Señor Lobo, eso sí, nunca se daba por vencido. Porque él nunca fallaba. Con una sonrisa en la boca, el autoproclamado “solucionador de problemas” observó que quedaba escaso medio kilómetro hasta la siguiente salida a la ciudad. Se le ocurrió un plan B.

Dejándose de juegos, exprimió el motor de su coche al tope. Sólo quedaban treinta minutos.

El desgastado coche rojo aparcó a las puertas de un pequeño y viejo almacén abandonado. Su propietario salió atropelladamente, abrió la puerta del asiento trasero, sacó un maletín de allí, y se lo llevó hacia dentro del edificio. En la negrura reinante esperaba otro matón portando una pequeña linterna.

-¡Hermano!
-¿Llevas la mercancía?
-Sí, aquí está.
-Estúpido, ¿como es que te dejaste encontrar? Es la última vez que me meto en los tontos planes de mi hermano pequeño.
-No te preocupes macho, que al final todo ha salido de lujo. Desde la última vez que hemos hablado, logré perder de vista a aquel tipo, el… ¿cómo se llamaba?
-El Señor Lobo, idiota. Es un hijo de puta muy eficiente, ¿estás seguro de haberlo burlado?
-Seguro. Vamos, no sé por qué te da tanto miedo ese capullo, ¡ya no hay nada que temer! Tenemos el maletín, tenemos nuestro escondite, y…
-Y aún no estamos los tres reunidos, y el comprador tardará en llegar. No cantes victoria tan pronto, joder. Sólo dios sabe lo que podría pasar si Lobo nos encontrara. ¿Cómo te atacó? ¿Cómo lograste escapar?
-Estaba tan tranquilamente comprándole unos gramos a Benny, cuando ese tipo empezó a coser su garito a tiros. Escapé por los pelos.
-¿Benny? ¿El negro tuerto?
-Sí tío, el mismo. Creo que aquel cabronazo lo convirtió en un colador junto al resto de su casa.
-Oh, vamos, ¡vaya mierda, chaval! ¡Era el único camello de confianza en toda la puta ciudad!
-Ey calma tío, yo no tenía ninguna culpa de estar en la casa del jodido negro cuando el lobito feroz vino a freírnos el culo.
-Ahora dime hermano, ¿cómo cojones vamos a conseguir buena mierda barata en esta ciudad ahora mismo, eh?
-Mira, Bob, ya te dije que…
-No, no tío. Quiero que me digas dónde coño piensas encontrar buena mier…
-¡Oh, mira! –el joven desvió su atención hacia la puerta abierta del almacén- ¡Ya ha venido Johnny!

Un segundo coche aparcó junto al sucio Ford rojo. Se trataba de un Porsche gris azulado, del cual bajó un hombre maduro, vestido con un exquisito traje de Armani y gafas de sol cubriéndole los ojos.

-¡Hey, Johnny! –el más pequeño de los hermanos se fue a abrazar a su consanguíneo- ¡Ya era hora, capullo!
-Ey, ey, cálmate chaval, vas ensuciarme el traje. ¿Pero tú de dónde demonios sales? –el galán observó, con desaprobación, las ropas cubiertas de polvo de su hermano.
-Tenemos problemas, Johnny –interrumpió el hermano mediano-. Y grandes. El capullo de Jim nos ha metido hasta las cejas con su embrollo… el gordo contrató al Señor Lobo.
-¡¿Qué?!
-No sé que le veis de terrible a ese tipo, la verdad. –contestó Jimmy.
-Esto no me gusta nada, tíos. No vale la pena sacar beneficio de esto. Yo renuncio. No quiero saber nada.

Johnny fue rápidamente hacia su Porsche con intención de volver a su casa, cuando se fijó aterrorizado en que había otro automóvil más allí aparcado. Su propietario, con una sonrisa en la cara y una AK-47 en su mano, acribilló allí mismo al que antes fue su cliente, cuando éste apenas logró alcanzar a sacarse las llaves del bolsillo. Presos del pánico, los dos hermanos aún dentro del almacén huyeron escaleras arriba entre la negrura empuñando pistolas Colt, inofensivas contra la artillería del Señor Lobo. Este último, con inusitada parsimonia, siguió a ambos hombres hasta el segundo y último piso del edificio. Al llegar arriba, un par de ráfagas intimidatorias de la potente arma fueron suficientes para impulsar a ambos hermanos a saltar por la ventana, cogerle las llaves del suelo a su fallecido pariente, y escapar a toda prisa con su berlina, no sin antes reventar una rueda del Akura de un disparo. Lobo los imitó y cogió su automóvil, pero sin la menor intención de perseguirles a ellos. Pulsó una pequeña palanca oculta en su tablero de mandos, y con el sólo pulsar de un par de botones el coche se elevó en el sitio y procedió a reemplazar el neumático afectado automáticamente. Mientras esperaba, puso a buen recaudo el maletín que aquellos infelices soltaron al salir, y tras mirar su reloj decidió simplemente arrancar su Akura y partir con el objetivo de buscar una tribuna decente para su espectáculo. Lobo sonrió, complacido con la idea de poder conducir ligero de nuevo, libre de la descomunal carga que llevaba antes en el maletero.

Subido a la azotea del primer edificio que vio en su camino de vuelta hacia la casa de Johnny, Lobo cogió sus prismáticos y observó paciente el exterior de aquella pequeña y lujosa mansión de gángster afortunado. Miró su reloj: quedaban sólo un par de minutos para el fracaso de la misión. “Calma Walter, tu instinto nunca te ha fallado. Sólo espera a que esos dos muerdan el anzuelo”.

A falta de un minuto del cero en la cuenta atrás de su reloj, el Señor Lobo vio el esperado Porsche entrando en el garaje de la lejana mansión, sin prisas. Pulsó un botón en su teléfono, y un fogonazo de fuego y humo proveniente de cien kilos de explosivo monopolizó la visión de sus binoculares, sustituyendo el pintoresco frontal del caserón defendido por varios vigilantes que estaba viendo hace un momento. A falta de treinta segundos, había completado la misión.

Ya relajado, Lobo sintió curiosidad por el maletín que acababa de salvar. Lo abrió, y grande fue su sorpresa al visionar su contenido: él esperaba droga, dinero, diamantes… pero definitivamente no un buen montón de fotos pornográficas muy explícitas, protagonizadas por aquel muerto de hambre de Jim y… la mismísima hija adolescente de Marsellus Wallace.

El sonido del teléfono móvil sobresaltó a Lobo.

-¿Sí?
-¿Lobo? ¿Están ya todos muertos?
-Los tres cerditos están bien asados a la parrilla.
-¿Conseguiste el maletín, o lo destruiste?
-Lo tengo en mis manos, Marsellus.
-Bien. Ni se te ocurra abrirlo por nada del mundo, ¿me oyes? Te espero en mi casa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.