Nací en una fría tarde de febrero justo a tiempo para contemplar los últimos coletazos de la década de los ochenta. Fui un niño tímido y tranquilo, con la cabeza en las nubes y un boli en la mano, maravillado por algunos de los mejores animes y series de dibujos que tuve el privilegio de ver en televisión en mis primeros años.
No es extraño, pues, que mis primeras experiencias como creador fueran realizando historietas fanfic de Dragon Ball en formato manga, donde sometía a mis admirados personajes a todo tipo de nuevos desafíos contra villanos sacados de mi imaginación. A mis siete años ya trasnochaba a espaldas de mis padres, aprovechando la oportuna luz del pasillo frente a mi habitación para ponerme a dibujar y escribir en el suelo los mismos cómics caseros que, la mañana siguiente, vendería a cien pesetas en el colegio. Justo cuando saboreaba el éxito de ser todo un “best seller” entre mis compañeros, la profesora llamó la atención a mis padres para que me recordaran que a la escuela “se iba para estudiar, no para vender”.
Eso detuvo mi precoz imperio editorial pero no mis ganas de crear historias, que focalicé en los concursos anuales de relatos que se celebraban en mi colegio. A la edad de catorce años y con varios primeros premios en mi haber, un aburrido día de lluvia, solo en casa y sin internet se abrió para mí un nuevo horizonte: emprendí Mystic Crystal, mi primera novela. Al principio fue solo una forma de entretenerme jugando a ver cómo sería mi propio Final Fantasy, una de mis sagas favoritas de videojuegos, pero poco a poco me fui dando cuenta de que no podía parar. Los personajes, los lugares, los hechos y las tramas iban entrelazándose frenéticamente en mi cabeza y pronto tuve claro que eso era algo a lo que me quería dedicar por el resto de mi vida.
Años más tarde vino Ecos de Odio, escrita a lo largo de cuatro años mientras estudiaba la carrera de psicología y que logré publicar con una humilde editorial. Por fin veía mi obra expuesta al mundo, aunque mis expectativas demasiado altas se sumaron al abandono de mi vida de estudiante en pos de otra mucho más dura de crisis, búsqueda y empleos en precario, creando como resultado el “coma intermitente” de mi yo creador, pues me veía en dificultades para proseguir con la novela de zombis que ya empezaba a rondar por mi cabeza y los bloqueos fueron continuos.
Pasaron siete años que me dieron para presentarme a alcalde de mi pueblo, liderar el resurgimiento de su protectora de animales, entrar a gobernar como concejal, renunciar y encontrar trabajo como directivo de RRHH en una excelente empresa. Por el camino, multitud de amigos, parejas, viajes y experiencias fenomenales. Lo tenía todo. ¿O no…?
En octubre de 2019 me decidí a revivir la parte de mí que más me llena y me identifica; la de escritor, y lo hice por medio de empezar de cero Exilio en la Tierra de los Muertos, la aventura de zombis y ciencia ficción que llevaba siete años paseando por mi cabeza.
En 2022 la logré publicar con resultados muy satisfactorios, después de experimentar con la breve recopilación Relatos Z: Las fases del apocalipsis.
En 2023 sentí la gran satisfacción de ser capaz de escribir un recopilatorio de relatos y una novela en un solo año. Relatos de Terror: Las caras de lo paranormal fue, de forma similar a mi estrategia del año anterior, el aperitivo a algo más grande. Legado oscuro: La maldición de Sotorneces ha sido mi primera incursión en la novela de terror, y con buenos resultados.
Sé que tengo mucho camino por delante, pero estoy dispuesto a conseguir que mis creaciones sean dignas de tu valioso tiempo. ¿Te animas a darles una oportunidad?